" Nuestro objetivo es difundir las denominadas“literaturas de las culturas perifericas”, que estuvieron siempre relegadas del estudio académico y consideradas como folklore o literaturas muertas y arcaicas, cuando en realidad son textos dinámicos y en constante búsqueda de actualización y valor estético. Consideramos tarea pendiente estudiar esa manifestaciones y encontrar en estas literaturas el verdadero valor que tiene nuestras multiculturalidades."

domingo, 11 de mayo de 2014

LA ESTATUILLA DE PIEDRA. POR CARLOS RAFAEL LANDI

La noche era fría y húmeda, pero en el living de la casona de Villa Ocampo los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El primero tenía conocimientos sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros, que provocaba el comentario de la señora Irene que tejía plácidamente junto a la chimenea. -Oigan el viento -dijo el señor Julio; había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera. -Lo oigo -dijo éste moviendo implacablemente la reina-. Jaque. -No creo que venga esta noche -dijo el padre con la mano sobre el tablero. -Mate -contestó el hijo. -Esto es lo malo de vivir tan lejos -dijo el señor Julio con imprevisto y repentino enojo-. De todos los suburbios de Mar del Plata, este es el peor. El camino es un lodazal. No sé qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas, no les importa. -No te aflijas, querido -dijo suavemente su mujer-, ganarás la próxima vez. El señor Julio alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio. -Ahí viene –dijo el hijo al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le oyeron condolerse con el recién venido. Luego, entraron. El visitante era un hombre fornido, con los ojos salientes y la cara cobriza. -El alcalde de Acapulco -dijo el señor Julio, presentándolo. El alcalde les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traía whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego. Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con interés a ese visitante que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños. -Hace veintiún años -dijo el señor Julio sonriendo a su mujer y a su hijo-. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora. -No parece haberle sentado tan mal la costa de México -dijo la señora amablemente. -Me gustaría ir a esas playas -dijo el señor Julio-. Sólo para dar un vistazo. -Mejor quedarse aquí -replicó el alcalde moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza. -Me gustaría ver los viejos templos mayas y aztecas -dijo el señor Julio-. ¿Qué fue lo que usted empezó a contarme los otros días, de una estatuilla de piedra o algo por el estilo? -Nada -contestó el alcalde apresuradamente-. Nada que valga la pena oír. -¿Una estatuilla de piedra? -preguntó la señora Irene. -Bueno, es lo que se llama magia, tal vez, es una estatuilla del Chac Mool -dijo con desgano el alcalde. Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el visitante llevó la copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó. -A primera vista, es una estatuilla mejicana que no tiene nada de particular -dijo el alcalde mostrando algo que sacó del bolsillo. La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la estatuilla y la examinó atentamente. -¿Y qué tiene de extraordinario? -preguntó el señor Julio quitándosela a su hijo, para mirarla. -Un viejo Dios de los mayas le dio poderes mágicos -dijo el visitante-. Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres deseos. Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban. -Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? -preguntó el hijo del señor Julio. El alcalde lo miró con tolerancia. -Las he pedido -dijo, y su rostro curtido por el sol palideció. -¿Realmente se cumplieron los tres deseos? -preguntó la señora Irene. -Se cumplieron -dijo el alcalde. -¿Y nadie más pidió? -insistió la señora. -Sí, un hombre llamado Filiberto. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera fue la muerte. Por eso entré en posesión de la estatuilla. Habló con tanta gravedad que produjo silencio. -Sr. Alcalde, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve la estatuilla -dijo, finalmente, el señor Julio-. ¿Para qué la guarda? El visitante sacudió la cabeza: -Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderla; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarla. Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarla primero y pagarme después. -Y si a usted le concedieran tres deseos más -dijo el señor Julio-, ¿los pediría? -No sé -contestó el otro-. No sé. Tomó la estatuilla de piedra, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. Julio la recogió. -Mejor que se queme - Sr. Alcalde, démela. -No quiero -respondió terminantemente-. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche la culpa de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela. El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva adquisición. Preguntó: -¿Cómo se hace? -Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos en voz alta. Pero le prevengo que debe temer las consecuencias. -Parece de Los cuentos de Poe -dijo la señora Irene. Se levantó a preparar la mesa-. ¿No le parece que podrían pedir para mí otro par de manos? El señor Julio sacó del bolsillo el talismán; los tres se rieron al ver la expresión de alarma del alcalde. -Si está resuelto a pedir algo -dijo agarrando el brazo de Julio- pida algo razonable. El señor Julio guardó en el bolsillo la estatuilla. Invitó al alcalde a sentarse a la mesa. Durante la comida el talismán fue en cierto modo olvidado. Atraídos, escucharon nuevos relatos de la vida del alcalde en Acapulco. -Si en el cuento de la estatuilla hay tanta verdad como en los otros -dijo el hijo cuando el visitante cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último tren a Buenos Aires, no conseguiremos gran cosa. -¿Le diste algo? -preguntó la señora mirando atentamente a su marido. -Una propina -contestó el señor Julio, ruborizándose levemente-. No quería aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán. -Sin duda -dijo Julio, con fingido horror-, seremos felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer. El señor Julio sacó del bolsillo la estatuilla y lo examinó con perplejidad. -No se me ocurre nada para pedirle -dijo con lentitud-. Me parece que tengo todo lo que deseo. -Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz, ¿no es cierto? -dijo el hijo poniéndole la mano sobre el hombro-. Bastará con que pidas trescientos mil pesos. El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; el hijo puso una cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en el piano unos acordes graves. -Quiero trescientos mil pesos -pronunció el señor Julio. Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor Julio dio un grito. Su mujer y su hijo corrieron hacia él. -Se movió -dijo, mirando con desagrado el objeto, y lo dejó caer-. Se retorció en mi mano como una serpiente. -Pero yo no veo el dinero -observó el hijo, recogiendo la estatuilla y poniéndola sobre la mesa-. Apostaría que nunca lo veré. -Habrá sido tu imaginación, querido -dijo la mujer, mirándolo ansiosamente. Sacudió la cabeza. -No importa. No ha sido nada. Pero me asusté. Se sentaron junto al fuego y los dos hombres terminaron de fumar sus pipas. El viento era más fuerte que nunca. El señor Julio se sobresaltó cuando golpeó una puerta en los pisos altos. Un silencio inusitado y deprimente los envolvió hasta que se levantaron para ir a acostarse. -Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran bolsa, en medio de la cama -dijo el hijo al darles las buenas noches-. Una aparición horrible, agazapada encima del ropero, te acechará cuando estés guardando tu dinero ilegítimo. Ya solo, el señor Julio se sentó en la oscuridad y miró las brasas, y vio caras en ellas. La última era tan horrible, que la miró con asombro; se rió, molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para echárselo encima y apagar las brasas; sin querer, tocó la estatuilla; se estremeció, limpió la mano en la ropa y subió a su cuarto. A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la luminosidad del sol invernal, se rió de sus temores. En el cuarto había un ambiente saludable que faltaba la noche anterior; y esa estatuilla; chamuscada y sucia, tirada sobre el aparador, no parecía terrible. -Todos los viejos son iguales -dijo la señora Irene-. ¡Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterías! ¿Cómo puede creerse en talismanes en esta época? Y si consiguieras los trescientos mil pesos, ¿qué mal podrían hacerte? -Pueden caer de arriba y lastimarte la cabeza -dijo Julio. -Según el alcalde, las cosas ocurrían con tanta naturalidad que parecían coincidencias -dijo el padre. -Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta –dijo el hijo, levantándose de la mesa-. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte. La madre se rió, lo acompañó hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido. -Me parece que nuestro hijo tendrá tema para sus bromas -dijo al sentarse. -Sin duda -dijo el señor Julio-. Pero, a pesar de todo, la estatua se movió en mi mano. Puedo jurarlo. -Habrá sido en tu imaginación -dijo la señora suavemente. -Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado. Era... ¿Qué sucede? Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido y que tenía un Ford T nuevo y reluciente; pensó en los trescientos mil pesos. El hombre se detuvo tres veces en el portón; por fin se decidió a llamar. Apresuradamente, la señora Irene se quitó el delantal y lo escondió debajo del almohadón de la silla. Hizo pasar al desconocido. Éste parecía incómodo. La miraba furtivamente, mientras ella le pedía disculpas por el desorden que había en el living y por el guardapolvo del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera el motivo de la visita; el desconocido estuvo un rato en silencio. -Vengo de parte del dueño del Hotel Atlántico Sud -dijo por fin. La señora Irene tuvo un sobresalto. -¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a mi hijo? Su marido se interpuso. -Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no trae malas noticias, señor. Y lo miró patéticamente. -Lo siento... -empezó el otro. -¿Está herido? -preguntó, enloquecida, la madre. El hombre asintió. -Mal herido -dijo pausadamente-. Pero no sufre. -Gracias a Dios -dijo la señora Irene, juntando las manos-. Gracias a Dios. Bruscamente comprendió el sentido siniestro que había en la seguridad que le daban y vio la confirmación de sus temores en la cara significativa del hombre. Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomó la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio. -Cayó desde una ventana -dijo en voz baja el emisario. -Estaba limpiando los ventanales -repitió el señor Julio, aturdido. Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus tiempos de enamorados. -Era el único que nos quedaba -Julio-. Es durísimo. El emisario se levantó y se acercó a la ventana. -La compañía de seguros me ha encargado que le exprese sus condolencias por esta gran pérdida -dijo sin darse la vuelta-. Le ruego que comprenda que soy tan sólo un empleado y que obedezco las órdenes que me dieron. No hubo respuesta. La cara de la señora Irene estaba pálida. -Se me ha comisionado para declararles que el hotel Atlántico Sud niega toda responsabilidad en el accidente -prosiguió el emisario-. Pero en consideración a los servicios prestados por su hijo, le remiten una suma determinada. El señor Julio soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra: ¿cuánto? -Trescientos mil pesos -fue la respuesta. Sin oír el grito de su mujer, el señor Julio sonrió levemente, extendió los brazos, como un ciego, y se desplomó, desmayado. En el cementerio nuevo, a unos dos kilómetros de distancia, marido y mujer dieron sepultura a su hijo y volvieron a la casa llenos de sombra y de silencio. Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo entendieron y quedaron esperando alguna otra cosa que les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la expectativa se transformó en resignación, esa desesperada resignación de los viejos, que algunos llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenían nada que decirse; sus días eran interminables hasta el cansancio. Una semana después, el señor Julio despertándose bruscamente en la noche, estiró la mano y se encontró solo. El cuarto estaba a oscuras; oyó cerca de la ventana, un llanto contenido. Se incorporó en la cama para escuchar. -Vuelve a acostarte -dijo tiernamente-. Vas a tomar frío. -Mi hijo tiene más frío -dijo la señora Irene y volvió a llorar. Los sollozos se desvanecieron en los oídos del señor Julio. La cama estaba tibia, y sus ojos pesados de sueño. Un despavorido grito de su mujer lo despertó. -La estatuilla de Acapulco -gritaba desatinadamente-, la estatuilla de piedra. El señor Julio se incorporó alarmado. -¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué sucede? Ella se acercó: -La quiero. ¿No la has destruido? -Está en la sala, sobre la repisa -contestó asombrado-. ¿Por qué la quieres? Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo histéricamente: -Sólo ahora he pensado... ¿Por qué no he pensado antes? ¿Por qué tú no pensaste? -¿Pensaste en qué? -preguntó. -En los otros dos deseos -respondió en seguida-. Sólo hemos pedido uno. -¿No fue bastante? -No -gritó ella triunfalmente-. Le pediremos otro más. Búscala pronto y pide que nuestro hijo vuelva a la vida. El hombre se sentó en la cama, temblando. -Dios mío, estás loca. -Búscala pronto y pide -le balbuceó-; ¡mi hijo, mi hijo! El hombre encendió la luz. -Vuelve a acostarte. No sabes lo que estás diciendo. -Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos de pedir el segundo? -Fue una coincidencia. -Búscala y desea -gritó con exaltación la mujer. El marido se volvió y la miró: -Hace diez días que está muerto y además, no quiero decirte otra cosa, lo reconocí por la ropa. Si ya entonces era demasiado horrible para que lo vieras... -¡Tráemelo! -gritó la mujer arrastrándolo hacia la puerta-. ¿Crees que temo al niño que he criado? El señor Julio bajó en la oscuridad, entró en la sala y se acercó a la repisa. El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo de que el deseo todavía no formulado trajera a su hijo hecho pedazos, antes de que él pudiera escaparse del cuarto. Perdió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó alrededor de la mesa y a lo largo de la pared y de pronto se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la mano. Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer le pareció cambiada. Estaba ansiosa y blanca y tenía algo sobrenatural. Le tuvo miedo. -¡Pídelo! -gritó con violencia. -Es absurdo y perverso -balbuceó. -Pídelo -repitió la mujer. El hombre levantó la mano: -Deseo que mi hijo viva de nuevo. La estatuilla cayó al suelo. El señor Julio siguió mirándolo con terror. Luego, temblando, se dejó caer en una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y levantó la cortina. El hombre no se movió de allí, hasta que el frío del alba lo traspasó. A veces miraba a su mujer que estaba en la ventana. El sol proyectaba en las paredes y el techo sombras vacilantes. Con un inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, el hombre volvió a la cama; un minuto después, la mujer, apática y silenciosa, se acostó a su lado. No hablaron; escuchaban el latido del reloj. Crujió un escalón. La oscuridad era opresiva; el señor Julio juntó coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar un cigarrillo. Al pie de la escalera el cigarro se apagó. El señor Julio se detuvo para encender otro; simultáneamente resonó un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de entrada. Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar, hasta que se repitió el golpe. Huyó a su cuarto y cerró la puerta. Se oyó un tercer golpe. -¿Qué es eso? -gritó la mujer. -Una rata -dijo el hombre-. Una rata. Se me cruzó en la escalera. La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda la casa. -¡Es Jorge! ¡Es Jorge -La señora Irene corrió hacia la puerta, pero su marido la alcanzó. -¿Qué vas a hacer? -le dijo ahogadamente. -¡Es mi hijo; es Jorge Luis! -gritó la mujer, luchando para que la soltara-. Me había olvidado de que el cementerio está a dos kilómetros. Suéltame; tengo que abrir la puerta. -Por amor de Dios, no lo dejes entrar -dijo el hombre, temblando. -¿Tienes miedo de tu propio hijo? -gritó-. Suéltame. Ya voy Jorge; ya voy. Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del cuarto. El hombre la siguió y la llamó, mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante: -La tranca -dijo-. No puedo alcanzarla. Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de la estatuilla. -Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara... Los golpes volvieron a resonar en toda la casa. El señor Julio oyó que su mujer acercaba una silla; oyó el ruido de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró la estatuilla del Chac Mool y, frenéticamente, balbuceó el tercer y último deseo. Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos resonaban aún en la casa. Oyó retirar la silla y abrir la puerta. Un viento helado entró por la escalera, y un largo y desconsolado alarido de su mujer le dio valor para correr hacia ella y luego hasta el portón. El camino estaba silencioso y tranquilo. Nada perturbaba la tranquilidad de la noche.

sábado, 10 de mayo de 2014

LISTA DE ESCRITORES ARGENTINOS CONTEMPORÁNEOS.

César Aira
Federico Andahazi
Carlos Antognazzi
Roberto Arlt
Juan.J.Bajarlía
Vicente Battista
Eduardo Belgrano Rawson
Eduardo Berti
José Bianco
Adolfo Bioy Casares 
Marcelo Birmajer
Jorge Luis Borges
Miguel Briante
Teresa Caballero
Martín Caparrós
Inés Carozza
Abelardo Castillo
Cristina Civale
Marcelo Cohen
Haroldo Conti
Julio Cortázar
Roberto Cossa
Antonio Dal Masetto
Marco Denevi
María E. de Miguel
Pablo De Santis
Antonio Di Benedetto
Marcelo di Marco
Alicia Dujovne Ortiz
Alejandro Dolina
C.E.Feiling
José Pablo Feinmann
Juan Filloy
Fogwill
Roberto Fontanarrosa
Juan Forn
Rodrigo Fresán
Luisa Futoransky
Carlos Gardini
Juan Gelman
Mempo Giardinelli
Alberto Girri
Angélica Gorodischer
Daniel Guebel 
Luis Gusmán
Liliana Heker
Sylvia Iparraguirre
Noé Jitrik 
Vlady Kociancich
Alicia Kozameh
Alberto Laiseca
Leónidas Lamborghini
Osvaldo Lamborghini
Carlos Rafael Landi
Leopoldo Marechal 
Juan Martini
Guillermo Martínez
Tomás Eloy Martínez
Manuel Mujica Láinez
Gustavo Nielsen
Silvina Ocampo
Alicia Partnoy
Alan Pauls
Néstor Perlongher
Ricardo Piglia
Alejandra Pizarnik
Abel Posse
Manuel Puig
Rodolfo Rabanal
Andrés Rivera
Reina Roffé
Germán Rozenmacher
Ernesto Sábato
Guillermo Saccomanno
Juan José Saer
Beatriz Sarlo
Ana María Shua
Osvaldo Soriano
Alicia Steimberg
Héctor Tizón
Pablo Urbanyi
Paco Urondo
Luisa Valenzuela
David Viñas
María Elena Walsh
Rodolfo Walsh
Marcelo Zamboni

jueves, 6 de marzo de 2014

ULISES Y LA MAGA. POR CARLOS RAFAEL LANDI

“Todos somos nada más que la encrucijada de un laberinto de fantasmas”
París, 13 de noviembre de 2013.
A Ulises le gustaba hacer el amor con la maga Circe porque nada podía ser más importante para él, y al mismo tiempo de una manera difícilmente definible, el placer lo alcanzaba por un momento y por eso se aferraba desesperadamente a ese cuerpo y prolongaba el abrazo, era como querer eternizar ese momento y así conocer su verdadero nombre, y después recaía en una zona siempre un poco oscura que lo perturbaba porque era temeroso de las imperfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando lo veía regresar a sus recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar, entonces había que besarlo profundamente, incitarlo a nuevos juegos, y la otra, la credulidad crecía debajo de él y lo arrebataba, se sentía entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por un barranco, arañando el tiempo con las uñas, entre quejidos y un ronquido exasperante que duraba una eternidad.
Una noche le clavó los dientes, le mordió el brazo hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir, un poco perdido en sus divagues, y hubo un confuso cruzar de miradas sin palabras, Ulises sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo que en ella no era normal, un oscuro deseo reclamando una aniquilación, la lenta carcajada que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, descentrado como un matador mítico para quien matar es devolver al minotauro al laberinto y el mar al cielo, se aferró salvajemente a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la doblegó y la usó como si fuera una muñeca de trapo, la conoció y le exigió las servidumbres de la más sometida mujer, la sintió Galatea, la tuvo entre los brazos oliendo a secreciones, le hizo beber su humanidad que corría por la boca como un desafío a los Logos y a las Pausas, le succionó la eternidad milenaria de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a una mujer, se fundió con la piel, el pelo y sus quejas, la poseyó hasta lo último de sus fuerzas, la tiró contra una almohada y la sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara.
Luego fueron a tomar un café al Old Navy en el boulevard de Saint Germain, y esa noche los dos cerraron un candado de vagas promesas en la telaraña de amores del Pont des arts, y la llave la tiraron al Sena.

martes, 28 de mayo de 2013

Los Tres Jircas. Enrique López Albújar




Marabamba, Rondos y Paucarbamba.
Tres moles, tres cumbres, tres centinelas que se yerguen en torno de la ciudad de los Caballeros de León de Huánuco. Los tres jircayayag, que llaman los indios.
Marabamba es una aparente regularidad geométrica, coronada de tres puntas, el cono clásico de las explosiones geológicas, la figura menos complicada, más simple que afectan estas moles que viven en perpetua ansiedad de altura; algo así como la vela triangular de un barco perdido entre el oleaje de este mar pétreo llamado los Andes.
Marabamba es a la vez triste y bello, con la belleza de los gigantes y la tristeza de las almas solitarias. En sus flancos graníticos no se ve ni el verde de las plantas, ni el blanco de los vellones, ni el rojo de los tejados, ni el humo de las chozas. Es perpetuamente gris, con el gris melancólico de las montañas muertas y abandonadas. Durante el día, en las horas de sol, desata todo el orgullo de su fiereza, vibra,reverbera, abrasa, crepita. El fantasma de la insolación pasea entonces por sus flancos. En las noches lunares su tristeza aumenta hasta reflejarse en el alma del observador y hacerle pensar en el silencio trágico de las cosas. Parece un predestinado a no sentir la garra inteligente del arado, ni la linfa fecundante del riego, ni la germinación de la semilla bienhechora. Es una de esas tantas inutilidades que la naturaleza ha puesto delante del hombre como para abatir su orgullo o probar su inteligencia. Mas quién sabe si Marabamba no sea realmente una inutilidad, quién sabe si en sus entrañas duerme algún metal de esos que la codicia insaciable del hombre transformará mañana en moneda, riel, máquina o instrumento de vida o muerte.
Rondos es el desorden, la confusión, el tumulto, el atropellamiento de una fuerza ciega y brutal que odia la forma, la rectitud, la simetría .Es la crispadura de una ola hidrópica de furia, condenada perpetuamente a no saber del espasmo de la ola que desfallece enla playa. En cambio es movimiento, vida, esperanza, amor, riqueza. Por sus arrugas, por sus pliegues sinuosos y profundos el agua corre y se bifurca, desgranando entre los precipicios y las piedras sus canciones cristalinas y monótonas; rompiendo con la fuerza demoledora de su empuje los obstáculos y lanzando sobre el valle, en los días tempestuosos, olas de fango y remolinos de piedras enormes, que semejan el galope aterrador de una manada de paquidermos enfurecidos...
Rondos, por su aspecto, párece uno de esos cerros artificiales y caprichosos que l~ imaginación de los creyentes levanta en los hogares cristianos en la noche de Navidad. Vense allí cascadas cristalinas y paralelas; manchas de trigales verdes y dorados; ovejas que pacen entre los riscos lentamente; pastores que van hilando su copo de lana enrollado, como ajorca, al brazo; grutas tapizadas de helechos, que lloran eternamente lágrimas puras y transparentes como diamantes; toros que restregan sus cuernos contra las rocas y desfogan su impaciencia con alaridos entrecortados; bueyes que aran resignados y lacrimosos, lentos y pensativos, cual si marcharan abrumados por la nostalgia de u:na potencia perdida; cabras que triscan indiferentes sobre la cornisa de una escarpadura escalofriante; árboles cimbrados por el peso de dorados y sabrosos frutos; maizales que semejan cuadros de indios empenachados; cactus que parecen hidras, que parecen pulpos, .que parecen boas. y en medio de todo esto, la nota humana, enteramente humana, representada por casitas blancas y rojas, que de día humean y de noche brillan como faros escalonados en un mar de tinta, y hasta tiene una iglesia, decrépita, desvencijada, ala cual las inclemencias de las tempestades y la incuria del indio, contagiado ya de incredulidad, van empujando inexorablemente a la disolución. Una vejez que se disuelve en las aguas del tiempo.
Paucarbamba, no es como Marabamba ni como Rondos, tal vez porque no pudo ser como éste o porque no quiso ser como aquél. Paucarbamba es un cerró áspero, agresivo, turbulento, como forjado en una hora de soberbia. Tiene erguimientos satánicos, actitudes amenazadoras, gestos de piedra que anhelara triturar carnes, temblores de leviatán furioso, repliegues que esconden abismos traidores, crestas que retan el cielo. De cuando en cuando verdea y florece y alguna de sus arterias precipita su sangre blanca en el llano. Es de los tres el más escarpado, el más erquido, el más soberbio. Mientras Marabamba parece un gigante sentado y Rondos un gigante tendido y con los brazos en cruz, Paucarbamba parece un, gigante de pie, ceñudo y amenazador. Se diría que Marabamba piensa, Rondos duerme y Paucarbamba vigila.
Los tres colosos se han situado en torno a la ciudad, equidistantemente, como defensa y amenaza a la vez. Cuando la niebla intenta bajar al valle en los días grises y fríos, ellos con sugestiones misteriosas, la atraen, la acarician, la entretienen y la adormecen para después, con manos invisibles -manos de artífice de ensueño- hacerse turbantes y albornoces, collares y coronas. y ellos son también los que refrenan y encauzan la furia de los vientos montañeses, los que entibian las caricias cortantes y traidoras de los vientos puneños y los que en las horas en que la tempestad suelta su jauría de truenos y desvían hacia sus cumbres las cóleras flagelantes del rayo.
Y son también amenaza; amenaza de hoy, de mañana, de quién sabe cuándo. Una amenaza llamada a resolverse en convulsión, en desmoronamiento, en catástrofe. Porque ¿quién puede decir que mañana no proseguirán su marcha? Las montañas son caravanas en descanso, evoluciones en tregua, cóleras refrepdadas, partos indefinidos. La llanura de ayer es la montaña de hoy, y la montaña de hoy será el abismo o el valle de mañana.
Lo que no sería extraño. Marabamba, Rondos y Paucarbamba tienen geológicamente vida. Hay días en que murmuran, en que un tumulto de voces interiores pugna por salir para decirle algo a los hombres. Y esas voces no son las voces argentinas de sus .metales yacentes, sino voces de abismos, de oquedades, de gestaciones terráqueas, de fuerzas que están buscando en un dislocamiento el reposo definitivo.
Por eso una tarde en que yo, sentado sobre un peñón de Paucarbamba, contemplaba con nostalgia de llanura, cómo se hundía el sol tras la cumbre del Rondos, al levan tarme , excitado por el sacudimien to de un temblor, Pillco, el indio más viejo, más taimado, más supersticioso, más rebelde, en una palabra más incaico de Llicua me decía, poseído de cierto temor solemne:
-Jirca-yayag. Jirca-yayag, con hambre, taita.
-¿Quién es Jirca-yayag?
-Paucarbamba, taita. Padre Paucarbamba, pide oveja, cuca, bescochos, comfuetes.
-¡Ah, Paucarbamba come como los hombres y es goloso como los niños! Quiere confites y bizcochos.
-Au, taita. Cuando pasa mucho tiempo sin comer, Paucarbamba piñashcaican. Cuando come cushiscaican.
-No voy entendiéndote, Pillco.
-Piñashcaican, malliumor; cushiscaican, alegría, taita.
-¿Pero tú crees de buena fe, Pillco, que los cerros son como los hombres?
-Au, taita. Jircas comen; jircas hablan; jircas son dioses. De día callan, piensan, murmuran o duermen. De noche andan. Pillco no mirar noche jircas; hacen daño. Noches nubladas jircas andar más, comer más, hablar más. Se juntan y conversan. Si yo te contara, taita, por qué jircas Rondos, Paucarbamba y Marabamba están aquí ..

II

Y he aquí lo que me contó el indio más viejo, más taimado, más supersticioso y más rebelde de Llicua, después de haberme hecho andar muchos días tras él, de ofrecerle dinero, que desdeñó señorialmente, de regalarle muchos puñados de coca y de prometerle, por el alma de todos los jircas andinos, el silencio para que su leyenda no sufriera las profanadones de la lengua del blanco, ni la cólera implacable de los jircas Paucarbamba, Rondos y Marabamba. "Sobre todo -me dijo con mucho misterio- que no sepa Paucarbamba. Vivo al pie, taita".
"Maray, Runtus y Páucar , fueron tres guerreros venidos de tres lejanas comarcas. Páucar, vino de la selva, Runtus del mar ; Maray , de las punas. De los tres,Páucar era el más joven y Runtus, el más viejo. Los tres estuvieron a punto de chocar un día, atraídos por la misma fuerza: el amor. Pillco-Rumi,curaca de la tribu de los pillcos, después de haber tenido hasta cincuenta lújos, todos varones, tuvo al fin una hembra es decir una Orcoma,pues no volvió a tener otra hija. PiUco-Rumi por esta circunstancia puso en ella todo su amor, todo su orgullo, y su amor fue tal que medida que su hija crecía iba considerándola más digna de Pachacámac que de los hombres. Nació tan fresca, tan exuberante, tan bella que la llamó desde ese instante Cori-Huayta. y Cori-Huayta fue el orgullo del curacazgo, la ambición de los caballeros, la codicia de los sacerdotes, la alegría de Pillco-Rumi, la complacencia de Pachacámac. Cuando salía en su litera a recoger flores y granos para la fiesta del Raymi, seguida de sus doncellas y de sus criados, las gentes se asomaban a las puertas para verla pasar y los caballeros detenían su marcha embelesados, mirándose después, durante muchos días, recelosos y mudos.
Pillco-Rumi sabía de estas cosas y sabía también que, según la ley del curacazgo, su hija estaba destinada a ser esposa de algún hombre. Si la esterilidad era considerada como una maldición entre los pillcos, la castidad voluntaria sin voto, era tenida como un signo de orgullo, que debía ser abatido, so pena de ser sacrificada la doncella a la cólera de los dioses y la ley de los pillcos prescribía que los varones debían contraer matrimonio a los veinte años y las mujeres a los dieciocho. Pillco-Rumi no estaba conforme con la ley. Pillco-Rumi sintió rebeldías contra ella y comenzó a odiarla y a pensar en la manera de eludirla. Según él, Cori-Huayta estaba por encima de la ley. La ley no se había puesto en el caso de que un padre que tuviera una orcoma habría necesariamente de casarla. Cuando se tiene varias hijas, bien puede cederse todas, menos la elegida por el padre para el cuidado de su vejez. y cuando se tiene una como Cori-Huayta, pensaba Pillco-Rumi, todos los hombres sumados, no merecen la dicha de poseerla.
Y Pillco-Rumi, que, además de padre tierno, era hombre resuelto y animoso, juró ante su padre el Sol que Cori-Huayta no sería de los hombres sino de Pachacámac.

III

Y llegó el día en que Pillco-Rumi debía celebrar en la plaza pública el matrimonio de todos los jóvenes aptos según la ley.
La víspera Pillco-Rumi había llamado a su palacio a Racucunca, el gran sacerdote, yaa Karu-Ricag, el más prudente de los amautas, para consultarles el modo de eludir el cumplimiento de la ley matrimonial.
El amauta dijo:
-La sabiduría de un curaca está en cumplir la ley. El que mejor la cumple es el más sabio y el mejor padre de sus súbditos.
Y el gran sacerdote, que no había querido ser el primero en hablar:
-Sólo hay dos medios: sacrificar a Cori-Huayta o dedicarla al culto de nuestro padre el Sol.
Pillco-Rumi se apresuró a objetar:
-Cori-Huayta cumplirá mañana dieciocho años; ha pasado ya la edad en que una doncella entra al servicio de Pachacámac.
-Para nuestro padre -repuso Racucunca- todas las doncellas son iguales. Sólo exige juventud.
Y el gran sacerdote, a quien Cori-Huayta desde dos años atrás venía turbándole la quietud, hasta hacerle meditar horribles sacrilegios y que parecía leer en el pensamiento de Pillco-Rumi, añadió:
-No hay hombre en tu curacazgo digno de Cori-Huayta.
El amauta, que a su vez leía en el pensamiento de Racucunca, intervino gravemente:
-La belleza es fugaz; vale menos que el valor y la sabiduría. Un joven sabio y valiente puede hacer la dicha de Cori-Huayta.
Ante tan sentencioso lenguaje, que significaba para Racucunca un reproche y para Pillco-Rumi una advertencia, aquél, disimulando sus intenciones, replicó:
-Mañana, a la hora de los sacrificios lo consultaré en las entrañas del llama.
Y mientras Racucunca, ceñudo y solemne, salía por un lado y Karu-Ricag, tranquilo y grave, por otro, Pillco-Rumi, con el corazón apretado, por la angustia y la esperanza, quedábase meditando en su infelicidad.
Por eso en la tarde del día fatal, en tanto que el regocijo popular se difundía por la ciudad y en la plaza pública los corazones de los caballeros destilaban la miel más pura de sus alegrías; y los guerreros, coronados de plumas tropicales, en pelotones compactos, esgrimían sus picas de puntas. y regatones relucientes, balanceaban los arcos, blandían las macanas cabezudas, restregaban las espadas y las flechas, rastrallaban las hondas y batían banderas multicolores; y los haravicus, estacionados en los tres ángulos de la plaza, cantaban sus más tiernas canciones eróticas al son de los cobres estridentes; y las futuras esposas, prendidas en rubor, coronadas de flores, enroscadas las gargantas por collares de guayruros y cuentas de oro, y envueltas en albas turucas flotantes, giraban lentamente, cogidas de las manos, en torno de la gran piedra de los sacrificios; y Cori-Huayta, ignorante de su destino, esperaba la hora de los desposorios; Pillco-Rumi, de pie sobre el torreón del occidente, los brazos aspados sobre el pecho; la curva y enérgica nariz dilatada y palpitante, la boca contraída por una crispatura de soberbia y resolución y la frente surcada por el arado invisible de un pensamiento sombrío, encarando al sol el rojizo rostro, como una interrogación al destino, hacía esta invocación, mezcla de impiedad y apóstrofe:
-¿Podrán los hombres más que Pachacámac? ¿No querrás tú, Padre Sol, cegar con tus ojos los ojos de aquél que pretende posarlos en los encantos de Cori-Huayta? ¿No podrías tú hacerles olvidar la ley a los sabios, a los sacerdotes, a los caballeros? Quiero que Cori-Huayta sea la alegría de mi vejez; quiero que en las mañanas, cuando tú sales y vienes a bañar con el oro de tus rayos bienhehores la humildad de mi templo, Cori-Huayta sea la que primero se bañe en ellos, pero sin que los hombres encargados de servirte la contemplen, porque se despertaría en ellos el irresistible deseo de poseerla, Cori-Huayta es, señor, digna de ti. ¡Librala de los deseos de los hombres!
Y Pillco-Rumi, más tranquilo después de esta invocación, volviendo el rostro hacia la multitud, que bullía y clamoreaba más que nunca , clavó en ella una i11definible mirada de desprecio. y al reparar en Racucunca, que en ese instante, con un gran espejo cóncavo, de oro bruftido, recogía un haz de rayos solares para encender el nevado copo de algodón, del que había de salir el fuego sagrado para los sacrificios, levantó el puño como una maza, escupió al aire y del arco de su boca salió, como una flecha envenenada esta frase: "Cori-Huayta no será tuya, traidor. Yo también, como Karu-Ricag, adiviné ayer tu pensamiento. Primero mataré a Cori-Huayta".
Pero Supay, el espíritu malo, que anda siempre apedreando las aguas de toda tranquilidad y de toda dicha para gozarse en verlas revueltas y turbias, comenzó por turbar el regocijo público, pararon las danzas, se levantaron azorados los amautas, temblaron las doncellas, se le escapó de la diestra al gran sacerdote, el espejo cóncavo generador del fuego sagrado, y la multitud prorrumpió en un inmenso alarido, que hizo estremecer el corazÓn de Cori-Huayta, al mismo tiempo que; señalando varios puntos del horizonte, gritaba: "¡Enemigos! ¡Enemigos! Vienen por nuestras doncellas. ¿Dónde está Pillco-Rumi? ¡Defiéndenos, Pillco-Rumi! ¡Pachacámac, defiéndenos!".
Eran tres enormes columnas de polvo, aparecidas de repente en tres puntos del horizonte, que parecían tocar el cielo. Avanzaban, avanzaban... Pronto circuló la noticia. Eran Maray, de la tribu de los pascos; Runtus, de la de los huaylas; y Páucar, de la de los panataguas,la más feroz y guerrera' de las tribus. Cada uno había anunciado a Pillco-Rumi su llegada el primer día del equinoccio de la primavera, con el objeto de disputar la mano de Cori-Huayta, anuncio,que Pillco-Rumi desdeñó, confiado en su poder y engañado por las predicciones de los augures.
Los tres llegaban seguidos de sus ejércitos; los tres habían caminado durante muchos días, salvando abismos, desafiando tempestades, talando bosques, devorando llanuras. y los tres llegaban a la misma hora, resueltos a no ceder ante nadie ni ante nada. Runtus, durante el viaje había caminado pensando: "Mi vejez es sabiduría. La sabiduría hermosea el rostro y sabe triunfar de la juventud en el amor". y Maray: "La fuerza impone y seduce a los débiles. y la mujer es débil y ama al fuerte". y Páucar: "La juventud lo puede todo, puede lo que no alcanza la sabiduría y la fuerza".
Entonces Pillco-Rumi, que desde el torreón de su palacio había visto también aparecer en tres puntos del horizonte las columnas de polvo que levantaban hasta el cielo los ejércitos de Runtus, Páucar y Maray, comprendiendo a qué venían, en un arranque de suprema desesperación, exclamó, invocando nuevamente a Pachacámac: "Padre Sol, te habla por última vez Pillco-Rumi. Abrasa la ciudad, inunda el valle, o mata a Corilluayta antes de que yo pase por el horror de matarla".
Ante esta invocación, salida de lo más hondo del corazón del Pillco-Rumi, Pachacámac, que, desde la cima de un arco iris, había estado viendo desdeñosamente las intrigas de Supay, empeñado en producir un conflicto y ensangrentar la tierra, cogió una montaña de nieve y la arrojó a los pies de Páucar, que ya penetraba ala ciudad, convirtiéndose al caer en bullicioso río. Páucar se detuvo. Después lanzó otra montaña delante de Maray, con el mismo resultado, y Maray se detuvo también. Ya Runtus, que, como el menos impetuoso y el más retrasado, todavía demoraba en llegar , se limitó a tirarle de espaldas de un soplo. Luego clavó en cada uno de los tres guerreros la mirada y convirtióles, junto con sus ejércitos, en tres montañas gigantescas. No satisfecho aún de su obra, volvió los ojos a Cori-Huayta, que asustada, había corrido a refugiarse al lado de su padre, y mirándola amorosamente exclamó: ¡Huáñucuy! y Cori-Huayta, más hermosa, más exuberante, más seductora que nunca, cayó fulminada en los brazos de Pillco-Rumi.
Ante tal cataclismo, la tribu de los pillcos, aterrorizada, huyó, yendo a establecerse en otra región, donde fundó una nueva ciudad con el nombre de Huáñucuy, o Huánuco, en memoria de la gran voz imperiosa que oyeran pronunciar a Pachacámac.
Desde entonces Runtus, Páucar y Maray están donde los sorprendió la cólera de Pachacámac, esperando que ésta se aplaque, para que el Huallaga y el Higueras tornen a sus montañas de nieve y la hija de Pillco-Rumi vuelva a ser la Flor de Oro del gran valle primaveral de los pillcos...


lunes, 27 de mayo de 2013

ANÁLISIS DE LA CULTURA ANCESTRAL ANDINA

Las culturas ancestrales de los diversos pueblos Andinos han presentado un permanente desafío práctico y teórico a las concepciones del supuesto desarrollo histórico, lineal y ascendente de la humanidad, propias de la modernidad eurocéntrica, que las habían condenado a la inexorable superación o extinción, como vestigio caduco de lo arcaico y supervivencia de lo atrasado.
En esta singularidad de lo supuestamente arcaico y atrasado en la teoría, pero que aparece empíricamente vigente, aparece la necesidad actual de la humanidad por diseñar nuevas formas de conocimiento y comprensión que cuestionen, permitan des-construir y superen los pilares hoy en crisis de la civilización hegemónica. Es esa necesidad múltiple, integral, la que genera condiciones materiales objetivas que permiten mirar como vigentes y acuciantes los saberes alternativos de otras culturas que emergieron de manera paralela, separada y distinta, que llegaron a ser altamente desarrolladas. Aunque en ella existían relaciones de dominación y conflicto, éstas eran de un carácter muy diferente a las de Europa occidental y ocupaban un lugar secundario bajo la hegemonía de principios de regulación social que aunaban la justicia social y ambiental como soporte de la armonía y equilibrio del mundo y el cosmos.
En el presente escrito, en su análisis, se trata explicar la razón concreta, material, estructural, histórica, por la que las realidades americanas y específicamente la cultura andina, no pueden ser comprendidas realmente cuando se estudian e interpretan con las ideas y métodos nacidas en y para otras realidades, ya que en ella se generaron consecuentemente órdenes sociales y estructuras culturales igualmente únicos e irrepetibles.
Se explicitan además, los principales obstáculos que dificultan la reconstrucción de las culturas ancestrales andinas. Entre ellas se mencionan: la subjetividad investigativa y la visión euro centrista de la cultura andina, la "leyenda negra" de la cultura andina; la falsa dicotomía de tener que "elegir" teóricamente entre distintas concepciones de la cultura andina y la distancia cronológica hacia atrás, por la cual los conceptos actuales pierden significados y utilidad en la medida que se investigan realidades ajenas a la actualidad.

Es imprescindible que se estudie a la cultura andina desde su especial particularidad y se trate a nuestros pueblos originarios como un "otro", diferente, creador de conocimiento legítimo y útil, en imprescindible diálogo horizontal con el conocimiento occidental moderno. Se debe utilizar una metodología que rompa con las dificultades epistémicas de la cultura andina construyendo una aproximación de conocimiento más real y útil, aunque más compleja y difícil.
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La originalidad de la cultura andina

"Andino" viene de "Andes", que es el nombre que recibe el sistema montañoso de millones de años de formación y antigüedad, que atraviesa el continente suramericano, desde Venezuela y Colombia en el norte hasta la Antártica en el sur. "Andes" tiene su origen en el antiguo aymara "Qhatir Qullo Qullo": "Montaña que se ilumina" (por la salida y puesta del sol); y que los españoles redujeron únicamente a "Qhatir", el cual castellanizaron como "Antis" y finalmente "Andes". Se trata de una cadena interminable de cumbres, la más larga del mundo con 7.500 kilómetros de largo, con un promedio de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, superando en muchos puntos los 6.000 metros. Hace de columna vertebral simbólica del continente, omnipresente, diversa y común, de norte a sur, de océano a océano, conectando de una u otra forma todos los actuales países, fundiéndose en los actuales Perú y Bolivia con el Amazonas en una fuerte identidad andino-amazónica. Privilegiado observatorio natural astrológico y escenario de permanentes y cíclicos sacudimientos telúricos, con inevitables consecuencias mítico espirituales y religiosas en los pueblos que milenariamente los habitan. En torno a los Andes surgieron los primeros y sorprendentes órdenes sociales y estatales, abarcando amplios territorios de varios de los países actuales suramericanos.

El origen de lo inédito

No existen pruebas serias de la llegada a América de seres humanos luego de que se cerrara el llamado "Puente de Bering" que unió por congelamiento Norteamérica y Europa hace once mil años, ni existen pruebas contundentes que permitan concluir que los pueblos americanos tuvieron contactos con pueblos de otros continentes hasta la llegada de los europeos en el siglo XV, salvo excepciones como la de la exploración vikinga en Norteamérica en el siglo X y las evidencias de exploración china en Latinoamérica seis décadas antes de la llegada de los Europeos[1]El aislamiento de América y sus poblaciones de todo contacto significativo con las poblaciones de otros continentes del planeta, a partir de alrededor de once mil años atrás, luego de que el mar cerrará el llamado "Puente de Bering", determinó que los seres humanos desarrollarán una interacción única e irrepetible con los medios geográficos, climatológicos y zoológicos específicos de esta región, una evolución socio cultural diferente, paralela e independiente, de las desarrolladas en otras partes del planeta. Esta es la base de la originalidad, del carácter inédito de la denominada prehistoria americana, al punto que no se emplea la periodización tradicional de la prehistoria usada en otras partes del mundo, sino una específica adecuada a la realidad arqueológica del continente, planteándose una teoría y metodología también específicas para el estudio de la prehistoria en América, ampliamente aceptadas y usadas.[2] Del mismo modo, las primeras civilizaciones de América se desarrollaron de manera aislada, paralela pero independiente, del resto del planeta durante miles de años[3]que materialmente hubo de generar consecuentemente órdenes sociales y estructuras culturales igualmente únicos e irrepetibles. Esta es la base de la originalidad, del carácter inédito, de la denominada prehistoria americana, al punto que para su estudio no se emplea la periodización tradicional de la prehistoria, ni la metodología, usadas en otras partes del mundo, sino unas específicas y adecuadas a la realidad arqueológica del continente.
La periodización adecuada y más consensuadas para su estudio y comprensión es la de tres grandes horizontes panandinos, es decir, órdenes sociales estatales que abarcaron territorios de varios de los países actuales de Suramérica: Temprano (Chavín), Intermedio (Tiawanaku) y Tardío (Tahuantinsuyo). Pero que no son correlativos y consecutivos, sino que están interrumpidos por períodos intercalados de predominio de la fragmentación en numerosos órdenes sociales de carácter regional y local, limitados a pequeñas porciones de territorio. Se les llama dos grandes "intermedios". En coherencia con los principios básicos de flexibilidad y adaptación que inspiran a todas las culturas y comunidades andinas, éstos horizontes e intermedios, obedecían a periodos de aumento de hielos en las cumbres andinas que imponían, como mecanismo de adecuación, la formación compleja y contradictoria de ordenes sociales que, siendo estatales, jerárquicos y con relaciones de dominación, conflicto y violencia, conservaban sin embargo los principios fundamentales de la reciprocidad / redistribución social comunitaria a gran escala,[4] y el equilibrio armónico con el medio ambiente. Subyacentemente, existe una continuidad cultural que por miles de años sostuvieron, bajo diversas formas políticas, cientos de diversos pueblos andinos que permitió desarrollar un alto grado de conocimiento agro astrológico, matemático geométrico, arquitectónico, hidráulico, simbólico comunicacional, y cultural.[5]
El Tahuantinsuyo, último ciclo panandino bajo la administración de los incas, es sólo una pequeña y última parte de esa continuidad y acumulado milenario, que fue el que conocieron los invasores europeos, como señala Flores Galindo: Sólo con la invasión europea se interrumpió un proceso que transcurría en los marcos de una radical independencia…los incas… realizaron desde el Cusco una expansión rápida pero frágil.[6]
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Dificultades epistémicas de la reconstrucción de la cultura andina

La re-construcción seria y rigurosa de la cultura andina, ancestral y permanente hasta hoy, presenta enormes dificultades de entrada, de carácter epistémico, es decir, desde dónde, desde quién, y cómo, se busca conocerlas, re-construirlas, pensarlas. En primer lugar, se trata del esfuerzo adicional, lleno de riesgos, que implica re-construir lo que ha sido descalificado, negado, invisibilizado y silenciado, tanto teóricamente como en la práctica histórica, por las formas de conocimiento y de pensar hegemónicos. El "otro" que se busca re-construir, en este caso lo andino, fue considerado una forma de barbarie, de ignorancia, de estado de naturaleza, casi al borde de lo no humano.
Podemos diferenciar una serie de obstáculos que dificultan la reconstrucción de la cultura andina entre las cuales podemos señalar:
a.- La subjetividad investigativa y la visión euro centrista de la cultura andina
La visión de la cultura andina, durante siglos, ha obviado dos aspectos que son fundamentales en su interpretación y análisis:
  • 1. que hasta quien se considere el más objetivo especialista está prisionero de sus experiencias, de los valores dominantes de su sociedad, de las tradiciones, de los estereotipos de su entorno. La mirada es predominantemente eurocéntrica de la historia;
  • 2. que cualquier teórico y/o académico que se aproxima a cualquier disciplina sea del ámbito que sea, y de forma especial en las humanidades, lo hace desde la perspectiva de su ámbito cultural, nacional o ideológico y establece una elaboración teórica según esos valores. Por lo tanto, nadie es independiente; el teórico y/o académico se puede aproximar más o menos a la objetividad, pero nunca a la independencia.
La perspectiva eurocéntrica tiene su sustento en la imposición ideológica y de un sistema de dominación que considera la idea de la "civilización occidental" como el único modelo civilizatorio mundial al cual todas las demás civilizaciones deben subyugarse a él. Occidente justifica las nuevas formas de colonialismo, olvidando que su conquista fue posible a la fuerza a la violencia organizada y no por la superioridad valórica. De esta manera, el tema de los derechos humanos se ha transformado en el caballo de batalla para criticar los sistemas políticos, económicos, sociales y culturales que Occidente no comparte.
Muchos de los registros históricos que quedan, y a los cuales está obligado a recurrir cualquier estudio, son en sí mismos visiones tergiversadas, coloniales, negadoras.[7] Peor aún, aunque se ha contado con la permanencia de muchas comunidades andinas, las propias estructuras teóricas y analíticas desde las que inevitablemente se miran y estudian corresponden a las de esa razón hegemónica y negadora en la que se ha formado académicamente desde hace siglos a los investigadores, tendiendo a reproducir esa ceguera y sordera epistémica, como lo señala Quijano: "Aplicada de manera específica a la experiencia histórica latinoamericana, la perspectiva eurocéntrica de conocimiento opera como un espejo que distorsiona lo que refleja".[8]
Europa usa su propio patrón civilizatorio para "medir" a otras realidades. Y de acuerdo a ese patrón el mundo latinoamericano es sencillamente "salvaje. Jorge Hegel, monumento del pensamiento alemán plantea que,.. el pueblo de los americanos no es susceptible de ninguna forma de civilización e incapaces de gobernarse están condenados a la extinción[9]Habla, sin apelación a nombre de la humanidad, diciendo que son pueblos"sin historia". Pueblos en casi puro "estado de naturaleza". Y como la naturaleza, sometibles, explotables. Consta detalladamente en los registros deArchivo de Indias en España, que, sólo entre 1503 y 1660, 18.5000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata fueron saqueados de América y llevados a Europa. Los indios fueron repartidos en "encomiendas" como una nueva moneda corriente. "...lo mismo es dar a uno quinientos pesos y myll de renta... a dárselos en yndios que lo renten por vía de encomienda..." (Autos de repartimiento. 1569). Y en las encomiendas se realiza la obra civilizatoria. La enseñanza de la sanguinaria disciplina laboral en la explotación intensiva de minerales y plantaciones. La importación de enfermedades inéditas e indefectiblemente fatales para el sistema inmunológico de los pueblos indígenas, tales como la malaria, la viruela y el sarampión. El uso acostumbrado de perros salvajes, del garrote y de la carga a degüello con la espada para mostrar a los díscolos las inapelables verdades del catolicismo.Muerte se volvió equivalente de conquista… cualquier establecimiento español comenzaba con edificar una horca… las enfermedades se propalan con los barcos y sus ratas, los virus llegan incluso antes que la hueste de Pizarro.[10]
A la destrucción de los territorios y los cuerpos, se sumó la de los espíritus. Se trató de la alucinante "extirpación de idolatrías". Sólo en el siglo XVII, al menos tres grandes campañas de extirpación de idolatrías aterrorizaron a los pueblos y comunidades de la actual sierra peruana. ¿Cuáles son los instrumentos a los que recurren quienes combaten a la idolatría? … la cárcel y la escuela.[11] Los siervos del señor, obispos inquisidores Juan de Zumárraga de México, famoso por su "amor a los indios", y Diego de Landa de Yucatán ejecutaron "autos de fe", donde se procesó, sometió a tormento, colgó y quemó en la hoguera a miles de indígenas, cientos de ellos niños, encabezados por el cacique de Tezcoco, Carlos Chichicatécotl. Se destruyeron 5.000 esculturas, 13 altares, 197 vasos, y 27 "códices" mayas, pergaminos con su particular escritura. Todos únicos en su especie. De incalculable, irreparable, valor cultural. Pedazos de un universo humano completo perdidos irremediablemente. En Brasil, se prohibieron las cosmovisiones Umbanda, Yoruba, Candomble, Santería; y la "capoeira", forma de combate de los esclavos angoleños, camuflada de danza para evadir el control esclavista, devenida en profunda expresión espiritual libertaria, fue prohibida y severamente castigada. Tras la rebelión encabezada por Tupac Amaru II y Tupac Katari, en los actuales Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Chile y Argentina, donde se estima que llegaron a morir en las masivas represiones al menos 50 mil indígenas (algunos autores estiman hasta 100 mil), los españoles torturaron y masacraron a todos los parientes del inca revolucionario hasta en cuarto grado de consanguinidad. Atacaron la centenaria estructura de liderazgo de los "curacas". Prohibieron la enseñanza del quechua y sus obras teatrales, la investigación sobre los incas y hasta la novela "los Comentarios reales de los incas" de Garcilazo.[12] Se ordenó la destrucción de las indumentarias indígenas. Y hasta de los "quipus", sistema milenario de cuerdas de lana o algodón con nudos de colores y trozos de maderas, que registraban la matemática y la técnica de memoria histórica de esa civilización que aseguraba los derechos sociales a todos y vivía en sagrada armonía con el universo; conceptos tan inescrutables para los europeos como los propios quipus. Prohibidos del quechua, quedaba terminante negado también que los indios aprendieran a leer y escribir el español, y se abrogó todo privilegio económico a las élites nobles indígenas. Arrancarles la piel social y la memoria. Ser olvidados, analfabetos y pobres, ese sería el castigo de un pueblo entero.[13]
b.- La "leyenda negra" de la cultura andina
Luego tenemos la llamada "leyenda negra" de la cultura andina, tergiversaciones y distorsiones realizadas sistemáticamente con el objetivo político de justificar la invasión y saqueo como obra "civilizatoria" frente a bárbaros, salvajes e inhumanos, obstáculo difícil de salvar. Bajo la inspiración del mismo virrey… se propaló una visión del pasado andino… con la finalidad de justificar la conquista. Toledo enroló para este proyecto a Sarmiento de Gamboa, autor de la "Historia Indica" en esa crónica… en el discurso toledano: los incas eran idólatras, convivían con el diablo, ejecutaban sacrificios humanos y, por último practicaban la sodomía.[14] Se construye así una estructura sutil de descalificación, legitimada como conocimiento válido, sustentada en la autoridad de la "historia", asumida como la "verdad", naturalizada como "realidad", indiscutible, "oficial". El colonialismo, como hecho histórico, significó la formación de nuevas identidades en América Latina, así en trescientos años las muchas identidades de diversos pueblos y culturas, quedaron reducidas a una identidad racial inventada por los colonizadores: indios, adjetivo deshumanizador, lleno de todo lo negativo.[15]
c.- La falsa dicotomía de tener que "elegir" teóricamente entre distintas concepciones de la cultura andina
Posteriormente , está la falsa dicotomía, que aparece casi como reacción refleja ante la falta de estudio riguroso, de tener que "elegir" teóricamente entre una concepción de la cultura andina como "repetición de lo mismo", caso particular de leyes universales de toda la humanidad, u otra donde es una especie de "paraíso" perfecto, sin relaciones de dominación, conflicto y violencia. Se evade de este modo, el arduo trabajo de reconstruir y reconocer con rigurosidad una realidad que no es ni una ni la otra, sino diferente, con relaciones de dominación, conflicto y violencia, pero que son inéditas y originales y no reductibles a las supuestamente universales.
Reaccionando ante la violenta negación y descalificación histórica, hay quienes llegan a la idealización acrítica del pasado, en este caso de la cultura andina, ajena y contraria al esfuerzo de reconstrucción auténtica, rigurosa y útil; sirviendo a veces de base a una visión indigenista totalitaria, de base filo racista, y que pretende incluso una posición de privilegio, excluyente y sectaria, en una nueva estructura jerárquica de relacionamiento hacia los demás pueblos y actores sociales. Más ideológico que serio y sistemático, entre las interpretaciones "satanizadoras" o idealizadoras", ambas coloniales, del Tahuantinsuyo.
d.- La distancia cronológica hacia atrás, por la cual los conceptos actuales pierden significados y utilidad
Tenemos además, el obstáculo que representa siempre, la distancia cronológica hacia atrás, por la cual los conceptos actuales pierden significados y utilidad, en la medida que se investigan realidades hacia atrás en el tiempo. Conceptos como economíaproductividad, desarrollo, educación y muchos otros, que hoy nos parecen naturales y evidentes, pierden todo significado antes de la época moderna incluso en la misma Europa, como lo ha señalado contundentemente, entre otros, Iván Illich.[16]

Reflexiones finales

Estos obstáculos y condicionantes coloniales epistémicos imponen el esfuerzo incesante de autorreflexión crítica. Exigen un doble trabajo simultáneo de descolonización, de las fuentes de las que se estudia y de las matrices de conocimiento que habitan al investigador y con las que éstas son pensadas. Conjuntamente, exige un principio de prudencia y des-prejuicio, evitando al máximo posible concepciones analíticas a priori que arriesguen a perder la autenticidad, complejidad y riqueza de realidades inéditas y únicas, en tanto totalidades aisladas, paralelas y autónomas en su dinámica histórica respecto de las hegemónicas. En suma, se trata de encontrar nuevas estrategias de conocimiento que no sean en sí mismas estrategias de dominación y colonialidad. Re-construir con rigor de autenticidad la cultura andina representa de hecho una traducción de un mundo a otro, del andino al occidental moderno, con la dificultad de que uno de los mundos ha estado largamente negado y silenciado y ha de traducirse su silencio, buscando en el camino el mecanismo de traducción que garantice la mínima e irrenunciable horizontalidad entre ambos. En ese sentido, y más allá de la vigencia y aporte que de hecho representa la cultura andina, la descolonización del saber que implica su re-construcción, su recuperación y reivindicación como un "otro" creador de conocimiento, legítimo y útil, en dialogo horizontal con el conocimiento occidental moderno, resulta en sí mismo un ejercicio de emancipación intelectual y de ética de la responsabilidad, un proceso de renovación de las estrategias de conocimiento y de la política. En términos históricos, se trata de la cultura andina como símbolo de la negación, la exclusión y el sufrimiento humano, fundamentado y justificado a partir de haber impuesto como "universal", en última instancia por la violencia, la razón de una realidad particular, local y específica, la de la modernidad occidental europea. Pero también como símbolo de emancipación integral, justamente, a través del esfuerzo de descolonización epistémica.
Se deben redoblar esfuerzos para facilitar esta tarea histórica, la de descolonizar el saber, desaprender la colonialidad, dar su lugar a nuestros pueblos originarios como un "otro", diferente, creador de conocimiento legítimo y útil, en imprescindible diálogo horizontal con el conocimiento occidental moderno. Encontrar otras formas de entender lo "otro", que permitan su descripción y análisis en lo que de hecho eran y son, más allá de trampas políticas universalistas y negadoras, por un lado, o idealistas y justificatorias, por otro. Una exigencia de descolonización epistemológica que supere la polaridad de la satanización o el fetichismo de las culturas ancestrales y diferentes, en este caso la andina, construyendo una aproximación de conocimiento más real y útil, aunque más compleja y difícil, en el amplio y desigual terreno que se extiende entre aquellas visiones extremas y fáciles.
Crear condiciones para facilitar este movimiento de descolonización epistemológica y ética para recuperar de manera útil los acervos culturales de los pueblos del mundo constituye una tarea teórica de primer orden político, que ya está en marcha, pero insuficiente todavía, a la que se deben destinar esfuerzos, conscientes de que estos nuevos o renovados enfoques éticos necesariamente deben ser incorporados en el proceso de tránsito y superación civilizatoria.

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