Hace muchísimos años, cuando no había el servicio de alumbrado publico y peor el domiciliario, en una noche de luna resplandeciente, casi redonda y muy grande, víspera de la luna llena, que coincidió con el último día del año; como de costumbre, una de las familias más importantes de la comarca andina se reunió para amenizar la noche: contar cuentos, los chismes más sobresalientes de los vecinos y de familiares. En esa noche, no hizo falta encender el candil ya que la luz de la luna era suficiente. Por supuesto que el ambiente estuvo helado y los miembros de la familia se sentaron en el corredor muy pegaditos y abrigados con ponchos los hombres y chalinas las mujeres. Hubo de todo: cuentos miedosos que provocaron tensiones especialmente en los niños, risas y carcajadas en los adultos debido a uno que otro chiste contado al azar; murmuraciones a las vecinas solteras que les vieron salir a escondidas a verse con los enamorados; descrédito a la Mariquita que había enviudado prematuramente y que ha cambiado antes de cumplir el año su vestido negro por un rojo de burato con vuelos blancos y las coqueterías sobre todo con los mercaderes que de vez en cuando deambulaban ofreciendo algunos objetos para uso casero.
En ese contexto nada serio, de pronto Juan Francisco, el tío solterón de la familia irrumpió para murmurar a cerca de la finalización del año: Ya se acaba el año, un año menos de vida, cada vez nos ponemos más viejos, las solteras se quedan en la percha, como pasa el tiempo y ahora parece que es más de prisa…… Estos comentarios conmovieron enormemente a los presentes, especialmente a los adultos que, iban entrando en una situación de seria reflexión que contagió a los más pequeñines que quedaron confusos y sin respuestas halagadoras.
Aparentemente, habían pasado de prisa las horas de aquella noche tan amena, que de pronto el primer cántico del gallo anunciaba las once de la noche y en ese momento surgió la idea de invitar a los vecinos y a más parientes a una reunión para programar la despedida del año. Con esta idea se fueron a dormir con la tarea de pensar que hacer para aquella celebración tan importante y que sería por la primera vez.
En la mañana siguiente, con ocasión del desayuno, el tío Pacho / como se lo conocía/ tomo la iniciativa para proponer que: sería bueno limpiar toda la casa, el patio e incluso el camino del frente de la casita en la que vivían, poner música a alto volumen con la victrola que se accionaba con manivela para que de un ambiente de fiesta y luego ir a invitar a los vecinos para conversar a cerca de ella, en la que participarían todos y todas.
A eso de las diez de la mañana reunidos los vecinos en el patio de la casa de los organizadores, resolvieron construir un monigote que sería embutido en unas ropas viejas con aserrín extraído de la madera que habían aserrado. Los adolescentes que eran más pilas que los demás, a escondidas acudieron al baúl del tío Pacho para robarle su único terno de casimir que tenía guardado para las fiestas y los días domingos. Una vez que lograron el terno, lo vistieron al muñeco y como estuvo muy parecido al tío Pacho decidieron hacerle una careta lo más semejante al personaje que representaría al año viejo que lo hicieron sentar en una silla y lo adornaron con arcos de ramas y enredaderas floridas. Lo pusieron un letrero que decía: CON UNSION DESPIDAMOS A LO MALO DE ESTE AÑO PARA EMPEZAR UNA NUEVA VIDA. El tío Pacho al caer en cuenta de que le estaban tomando el pelo, desapareció por encanto y tomó la iniciativa de elaborar el testamento, para sacarse el clavo / SEGÚN EL/; mientras que sus sobrinos queridos planificaban los disfraces de viudas para completar el cuadro. Para ello igualmente a escondidas de las solteras de la familia se sustrajeron los mejores vestidos, las chalinas y una que otra cartera. No lograron ponerse los zapatos de taco, ya que estos se hundían en el suelo húmedo.
Los vecinos y las vecinas del lugar luego de cumplir con las tareas encomendadas, a medio día se retiraron a sus casas para almorzar, cumplir con algunas actividades pendientes propias del lugar, bañarse, cambiarse de ropa y prepararse para la fiesta, en la que por primera vez estarían reunidos sindiscriminación alguna.
Habían pasado las horas de prisa en aquel ambiente de fiesta de la vecindad. Cuando el sol estaba para esconderse en el horizonte, empezaron a llegar, primero los jóvenes del vecindario, luego las chicas bien vestidas y pintarrajeadas, con los mejores perfumes y escondiendo entre las chalinas los rostros cargados de picardía. Luego se integraron los adultos de toda la comarca y finalmente las amas de casa que tenían que dejar en regla sus cocinas. Los guambras, mujeres y varones casi permanecieron todo el día, ni sintieron el hambre en medio de la algarabía y de la expectativa de que iba a pasar en aquella noche memorable.
Fregándose las manos en señal de alegría asomó por la esquina del patio el tío Pacho y en su bolsillo de la camisa blanca, la única que tenía, traía unos papeles escritos y muy bien doblados, era el testamento que tanto trabajo le había costado, a nadie le dejó sin la respectiva herencia, de acuerdo a sus gustos, preferencias y circunstancia de la vida.
Al encontrarse con su mejor amigo que era desde la infancia, le confesó que ya había elaborado el testamento y le fue leyendo con el propósito de encontrar sugerencias y cambios. Los dos amigos leyeron y releyeron el testamento e iban corrigiendo y completando lo que faltaba.
A medida que llegaba la media noche, la luna ya había recorrido la mitad del cielo y resplandeciente alumbraba el ambiente fiestero; a voz en cuello, el tío Pacho anunció que faltaban unos pocos minutos para que sea la hora cero, es decir, el fin del año y que convendría parar la música y el baile para escuchar el testamento. Todos se quedaron en silencio y curiosos por saber que les tocaría a cada uno. Subiéndose a una silla para que le vieran, casi gritando leyó: Hijitos míos, hombres y mujeres; nietitos adorables; parientes cercanos y lejanos . . . . . todos y todas presentes aquí en esta mi última morada y de una agonía muy intensa; en que me ha tocado estirar la pata y quedar boca arriba, que me vistan de fiesta y me metan en la caja; me encierren en la tumba oscura y muy helada; y, de mi se acuerden el año venidero, les quiero expresar mi voluntad serena y encargarles para rígida obediencia el cumplimiento estricto de niños buenos. En este instante de despedida y que nadie se salva de ella, les quiero recordar con vehemencia y destello, el valor que tiene la vida y la transcendencia de ella; que nadie que nació se quede sin disfrutarla, porque no hay otra mas bella…… A mi hijo, José María, el más viejo de todos, le dejo el bastón de mando, para que con su ejemplo de buen garañón, cuide y proteja a las desamparadas mujeres y en sus momentos del tiempo libre haga cumplir a raja tabla las normas de esta gran comarca. Al Pedro que vive el rincón mas lejano, cerca de la jungla espesa, le dejo este inmenso horizonte para que cuide con afán y evite que nadie destruya el ecosistema que esta lleno de vida y su entorno esta en peligro. Al Juan José, rubio de nacimiento y ennegrecido por el frío y el viento, le dejo el cacho del buey arisco, para que sople a todo pulmón desde la cima, convocando al vecindario para aplicar la justicia por propia mano a los cuatreros que por aquí merodean. Al Martin de la esquina oscura, le dejo el guagrapinga de cuero de vaca madura, para que castigue con bravura a todos los guaynanderos que andan sueltos haciendo de las suyas y llenando a las mujeres de guaguas. Al Manuel, el carpintero, le dejo un hacha muy fila, para que con destreza fina, labre bigas y pilares para construir casas finas. Al Agustín de tinte fino, le dejo su telar y muchas ovejas cargadas de lana fina, para que cubra con unción los cuerpos de las damas con pañolones y muchas chalinas. A mi lánguido Rufino, le dejo las tijeras y la barbera, para que siga cumpliendo con afán y muy ligero siga dando cada semana al vecindario, chismes mas calientes y amenos. Al Andrés, al más hablador de la comarca, le dejo una yunta de flacos bueyes y el arado, para que nunca el bastimento falte. Al tímido Matías, que vive junto a su adorada tía, le dejo una alforja llena de amorfinos, para que en los carnavales recorra con sus amigos entonando y cantando coplas a sus vecinas y vecinos. Al Carlos, al más entonado de todos, le dejo el recetario de amantes, para que acuda diligente con sus sabios consejos antes de que las parejas presurosas metan las patas y al abismo se lancen juntas. Al Miguel, al más expedito, de lengualarga y que es un buen quishca, le dejo el libro grande de las leyes, para que en el consulte cada caso y dé el respectivo castigo, añadiendo sus consejos de gran amigo. Al Estuardo, que de flaco, casi no se le ve cuando esta en la cancha, le dejo una docena de balones untados con cebo de vaca para que convoque a la juventud al juego y de los vicios les saque. Al Milquisidé, de espalda ancha, que por su devoción al trabajo, es ejemplo en la barriada, le dejo su aguda garganta, para que con voz de autoridad serena, ayude a todas las familias a transmitir las buenas costumbres y los buenos modales. A todos mis hijos queridos, sin discriminación alguna, les dejo el consejo oportuno de permanecer unidos siempre y que a ninguno les falte el saludo, elaire, el agua y la papa; que gocen de la maravilla de la vida, que cuiden a la naturaleza toda y que luchen siempre por la libertad que es el don mas sagrado de la vida. Que no se escondan tras las sobras de la noche, que hagan las cosas con limpieza de corazón, pensando en que todos somos hermanos.
En mis minutos que quedan, no quiero olvidarme de mis hijas mimadas; a ellas que son la esencia de la belleza, manantial de superiores sentimientos, expresión diamantina de sutileza; con devoción, admiración y delicadeza, les encargo de por vida la buena crianza y la formación armónica de generaciones sabias, con alma de seres libres y no de esclavos. A la Juanita, con alma sencilla y buena, partera de nacimiento y comadrona por herencia, le dejo una inmensa planada de hierbas buenas y plantas curativas, para que aliviar el dolor con amor y sabiduría en los partos pueda. A la María, de trenzas largas y gruesas, que a pesar de su joroba, sus años no le pesan, le dejo el libro de la sabiduría, para que con su testimonio de vida ofrezca, los mejores consejos de ejemplar madre, esposa y hermana a la vez. A la Margarita, de cuerpo esbelto le dejo toda la alegría y la firmeza para que sigua haciendo de la juventud una generación con sabiduría, alegre y competitiva. A la Luz Angélica le dejo, mi única maquina de coser y de aguja fina, para que siempre les tenga, a la moda, bien vestidas y luzcan en las fiestas andinas. A la bella Inés, que toda una mujer es, le dejo el encargo de seguir, con ahínco catequizando para la libertad a toda la niñez. A la Amadita, que es toda una damita, por encargo de vida le pido que sigua siendo consejera de todos y todas las ovejas descarriadas. A todas las niñas buenas, sin discriminación alguna, de tarea les dejo que cuiden la cultura de mi pueblo, y que se miren en ese gran espejo. A los niños traviesos les pido, que obedezcan a los mayores, que es el único legado que les queda. A toditos los nietos adorables, en esta noche de mil última morada, les encargo de por vida a la madre naturaleza, que la cuiden y la defiendan, ya que es la única madre generosa y buena, generadora de vida entera, pero frágil como ninguna. Al despedirme de toditos, les comparto mi regocijo: que sigan alegres y unidos, que celebren mi despedida y empiecen una nueva vida cargada de muchos bríos. Que juntos busquen ardientemente la felicidad en cada instante; y que por sobre todas las cosas antepongan la justicia, como seres con inteligencia. Que siempre estén presentes, en todos los actos de sus vidas el amor al prójimo como Doctrina.
Así expiró el año viejo cuando el reloj del tío Pacho marcaba las doce la noche y en ese momento todos se abrazaron de gozo. Ninguno se quedó sin dar ni recibir su feliz año nuevo. Muchos lloraron de emoción infinita, algunos se quedaron atónitos por tan gran acontecimiento, hasta que únicamente quedaron las cenizas y el recuerdo del año que se fue y que de ningún modo retrocederá.
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