En una mañana de verano, bajo un sol resplandeciente, de pronto empezó a lloviznar y dos abejas pecoreadoras se posaron en el envés de una hoja ancha para guarecerse y rápidamente se saludaron tocándose las antenitas. Una de ellas comentó: como ha cambiado el tiempo, ya no es el mismo de antes en que se podía salir a pecorear sin contratiempos. Mientras que la otra, afirmando lo dicho por su semejante, inició un relato un poco mas largo: Estamos a mitad de verano, pocas plantas han iniciado su floración y el flujo del néctar es escaso. En nuestro colmenar hemos superado la escases de miel y de polen, muchísimas abejas han muerto y que decir de los hermanos zánganos que perecieron de frío y de hambre fuera de las colmenas.
Estuvimos empezando a recoger el néctar para elaborar las primeras gotas de miel y vino un frío tan intenso que tuvimos que quedarnos en el interior de la colmena por muchos días.
Hace un mes que iniciamos el trabajo con intensidad; pero el Apicultor que nos cuida, tuvo un problema con su esposa: la víspera de revisarnos se embriagó y vino con un olor tan fuerte que no podíamos respirar, para colmo no se había bañado y apestaba que daba arcadas. Su velo estaba tan sucio que daba asco. Pero eso si vino trayendo un ahumador grandísimo que parecía una chimenea, el humo era tan fuerte e intenso que el mismo estaba tosiendo sin parar, no podía ver por el ardor de los ojos. Como estaba al parecer apurado, abrió la primera colmena con movimientos bruscos y las abejas guardianas le atacaron sin piedad. En los guantes de cuero que cubrían sus manos quedaron más de doscientos aguijones clavados en ellos. Por estar apurado no se había puesto las botas y mis hermanas guardianas le picaron en los tobillos que le sacaron corriendo. Como el olor del veneno se regó en el ambiente, las guardianas de las demás colmenas se contagiaron de la agresividad y comenzaron a atacar a todo cuanto se movía, no se salvaron las gallinas, los chanchos, las vacas y todos los animales de la vecindad. Era todo un alboroto. Para muestra de lo que había pasado los chanchos que sobrevivieron quedaron sin orejas y sin rabos porque se les han caído por efectos del veneno y sus dueños no han podido venderlos porque son unos verdaderos monstruos.
Solo en mi colmena quedaron mas de quinientas abejas heridas, con los intestinos derramados y tuvieron una fea agonía que les duro dos días, perdimos muchas obreras que trabajan sin sueldo, sin vacaciones y sin descanso los fines de semana. Para recuperar a las muertas hemos tenido que esperar casi un mes. Hoy las guardianas están a la expectativa del mínimo ruido y movimiento y no es para menos, ante el peligro hay que organizarse para defender la vida.
Ya tuvimos una conferencia entre nosotras y ante el daño que nos causa el humo y el mal trato de los apicultores, decidimos enviar unas exploradoras para que busquen un lugar seguro, al otro lado del cerro entre las rocas y lo mas alto posible. Estamos esperando recolectar la suficiente reserva para emprender el viaje tan anhelado. Queremos estar libres, seguras y seguir siendo parte de la naturaleza. Es por eso que muy pronto enjambraremos.
Como había cesado la llovizna, y con ella el riesgo de mojarse las alas que impiden el vuelo, las dos abejitas pecoreadoras se despidieron para continuar con su labor de pecorea y de retorno a sus colmenas respectivas dando cumplimiento a sus obligaciones de verdaderas obreras.
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